La primera bifurcación del ímpetu vital da lugar a la distinción entre el animal y la planta. La planta detiene muy pronto su propia evolución; el animal, sin embargo, se proyecta más allá, gracias al movimiento y al instinto, en varias direcciones, algunas de las cuales resultan fecundas, y otras no. El instinto produce sus propios instrumentos orgánicos, pero en ellos mismos establece su límite. La inteligencia humana, sin embargo, es capaz de construir sus propios instrumentos inorgánicos, como para colmar una insuficiencia del instinto natural.
La inteligencia coloca al hombre en el camino de la conciencia y del concepto, de modo que pueda responder mejor a sus necesidades vitales. Por ello construye «formas vacías», categorías y esquemas (y sobre todo el lenguaje, al que no llega el animal). La más alta expresión de la abstracción se halla en la ciencia, cuyo instrumento es el intelecto, y cuyo procedimiento característico es el análisis. Pero el intelecto no es el único medio de expresión de la inteligencia. Ésta se expresa también en el instinto acompañado de la conciencia. Esa vuelta al instinto desinteresada y consciente de sí, es lo que Bergson llama «intuición». La intuición se convierte en el órgano de un real conocimiento participativo que se expresa en el arte, si va dirigido a lo individual, y en la metafísica, si se refiere a la totalidad de la vida en su ímpetu vital.
Sobre estas bases, Bergson afronta el tema de la evolución en su libro L´évolution créatrice que, como nos muestra la experiencia, afecta también al universo. Comienza rechazando el modelo de Spencer (determinismo) así como el evolucionismo finalista, ya que ambos niegan la espontaneidad y la novedad del proceso real. La evolución de la realidad es «ímpetu vital» (élan vital), acción que continuamente se crea y se enriquece. La vida natural crece como un haz de estrellas, como un fuego de artificio que se bifurca al estallar en varias direcciones.
La primera bifurcación del ímpetu vital da lugar a la distinción entre el animal y la planta. La planta detiene muy pronto su propia evolución; el animal, sin embargo, se proyecta más allá, gracias al movimiento y al instinto, en varias direcciones, algunas de las cuales resultan fecundas, y otras no. El instinto produce sus propios instrumentos orgánicos, pero en ellos mismos establece su límite. La inteligencia humana, sin embargo, es capaz de construir sus propios instrumentos inorgánicos, como para colmar una insuficiencia del instinto natural.
Publicado en Uncategorized